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El menor delincuente

Alcalá Quintana, Evergisto | 1965

Enseñar, dirigir o juzgar a mayores es difícil, como toda obra, pero aquí el trabajo es menor penado, pues aun cuando siempre hay necesidad de adaptarse a la otra parte, esta necesidad no se complica por la igualdad de circunstancias, por la finalidad de muchos sentimientos y por encontrarse dentro de un nivel más o menos parejo. Más, cuando la labor santos mencionada tiene por objetivo al menor al niño que aventajamos en muchas años; en sentimientos y necesidades, las dificultades agiganta, y el educador o juzgador se ve en la delicada situación de volver a ser niños, vivir con el niño sentir las angustias de se ser a quien observamos ir y venir, pero que difícilmente podemos comprender si no consagramos nuestros pensamientos a resolverlos todos los innumerables y grandísimos obstáculos. Es necesario tener presente que ese ser tiene un mundo, un mundo diferente que desarrolla, a la par, con el mundo externo que le envuelve. Un mundo que cada día trata de hundirlo y absorberlo. Necesario es recordar las palabra de Berson; “hay un saber infantil y tanto más difícil de transmitir al niño, cuanto que su alma se asemeja al alma del hombre adulto. “No hay que cree que el niño es un hombre en miniatura. El niño es algo especial, deslindado del hombre, que avanza en constante esfuerzo por conquistar el propio conocimiento. Educarlo es ayudarle a adaptarse a un medio de social perpetuamente cambiante. Mucho se ha escrito sobre este tema; sin embargo nos parece verdadera la afirmación de Dimock ; “Las fuentes del conocimiento acerca del adolecentes son inadecuadas para nuestras necesidades muchos han escritos atribuyéndoles las preocupaciones de un mayor; otros, sin distinción alguna, combinan al niño y al adulto sin dar a cada una de estas etapas la fisonomía que les es propia en su ambiente.