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dc.contributor.advisorBravo Paez, Ivonne (Asesor)
dc.contributor.authorMiranda Rodríguez, Lilibeth Esther
dc.contributor.authorÁlvarez Jiménez, Jairo
dc.date.accessioned2014-09-25T16:30:33Z
dc.date.available2014-09-25T16:30:33Z
dc.date.issued2013
dc.identifier.citationT986.114 / M672ees
dc.identifier.urihttps://hdl.handle.net/11227/846
dc.identifier.urihttp://dx.doi.org/10.57799/11227/6931
dc.descriptionTesis (Historia) -- Universidad de Cartagena. Facultad de Ciencias Humanas, 2013.es
dc.description.abstractDesde la Colonia, se pensó la educación como el don y el mandato sagrado de la doctrina católica, la luz de la enseñanza moral, el legado de la misión eclesiástica, y en definitiva, el canon indeleble de virtudes y buenas costumbres. Llegado el decimonónico siglo, la educación se encarnó en el vientre de la república para concebir a los hijos de la patria, aquellos nacidos bajo el ideario independiente y de cuyo espíritu nacional, el ciudadano era la bandera que enarbolaba la libertad moderna. Una vez ocurrido el proceso de independencia, el transitar de la educación también sufrió revoluciones como producto de las confrontaciones partidistas republicanas, y a lo largo de dicha centuria fraccionó su imaginario y práctica al quedar sujeta a los intereses de cada gobierno en turno. La escuela fue un escenario susceptible a las diferentes convulsiones religiosas y políticas que definieron los poderes en curso. Hacia la segunda mitad del XIX a la par de la construcción del moderno Estado-nación, la educación se convirtió en uno de los temas trascendentales del periodo y constituyó el instrumento social-cultural que ganara las riendas de la dirigencia política a partir del enunciado de legislaciones homogeneizadoras de la sociedad diversa. Sin embargo, al relacionarse con la fe, ésta fue bifurcada entre dos esquemas distintos: un modelo secular fundamentado en las libertades y los esfuerzos anticlericales, y otro que convino con la Iglesia para instalar, herramientas conciliadoras e híbridas sobre hábitos y conductas fuera de la norma católica, con el fin de crear un estribo moral de protección al ciudadano. Entre las múltiples tentativas clericales por restablecer el conservadurismo y reivindicar el monopolio de la enseñanza, la Iglesia, principal agente del poder moral. La Educación como herramienta para re-catolizar la moral civil en Cartagena (1876- 1895) no dio tregua en ninguno de lo momentos en los que soportó amenazas y ataques de parte del laicismo y anticlericalismo de las políticas liberales. De ese modo, todos aquellos intentos prepararon el terreno, para que el más eficaz de ellos, la guerra de las escuelas, lograra el inicio de lo que sería el triunfo de los poderes político y moral extendidos a fines del XIX hasta las tres primeras décadas del XX. Efectivamente, la consolidación de esta alianza Estado- Iglesia en el poder se dio por la acción de dos guerras civiles (del 1876 y 1885) que cristalizaron las reglamentaciones civiles, educativas y religiosas desplegadas en el programa regenerador. Igualmente, uno de los espacios que incorporó esta coalición oligarca fue sin duda alguna, la escuela; dentro de ella se trazaron las directrices que guiarían el arquetipo del ciudadano requerido por el sistema. El ejemplo de buena moral estaba lejos de una cultura analfabeta, propensa a la delincuencia. Por el contrario, el trabajo escolar buscaba contrarrestar los ejemplos de desorden e inmoralidad que contaminaban tanto la sociedad cartagenera como el resto de las poblaciones colombianas. Esto hizo que los esfuerzos por neutralizar las conductas desafiantes al régimen teocrático y su eterna batalla dentro de ella, resultaran muchas veces inútiles a pesar del rigor de las leyes que custodiaban la enseñanza. La Iglesia sobrevivió a muchos cambios en la sociedad moderna y se mimetizó al interior de la política nacional, de un lado, para satisfacer las necesidades y retórica del Estado, y de otro, para disimular sus propias debilidades. La politización e instrumentalización del credo católico mediante los estatutos de la Constitución del 86 y del Concordato del 87 garantizó su protagonismo en la sociedad y su injerencia en cada una de las disposiciones escolares a fin de conseguir el control de la ciudadanía. Este pacto aseguró la permanencia de las estructuras hacendatarias y latifundistas y de la educación en manos de la clerecía. Con todo, hubo una guerra poco visible que la Iglesia no logró sobrevivir, pero en definitiva fue la más peligrosa de todas. Esta corresponde a aquella crisis que La Educación como herramienta para re-catolizar la moral civil en Cartagena (1876- 1895) trastornó sus cimientos, y le restó autoridad a la hora de convertirse en el ejemplo moral insigne. Como consecuencia de su problemática interna, devino una profunda decadencia en la fe y un desánimo que acaparó los valores de sus propios miembros y de gentes que se descristianizaban. Pronto la carestía de sacerdotes y deserción de los ya ordenados, reveló que la iglesia combatía consigo misma. Si bien las gentes podían demostrar su fe, la falta de interiorización de las convicciones religiosas en la cultura caribeña reflejaba el sinnúmero de normas transgredidas y demostradas también en el ambiente. Todavía, la Iglesia luchaba para que el resto de los sacerdotes resistiera las arraigadas costumbres o los modos de vida desenfrenados. Así las cosas, se dio por sentado que en razón de esta vulnerabilidad clerical, muchos fácilmente declinaban de su servicio, y otros cedían ante las tentaciones y connivencias de seminaristas disconformes con la renuncia al mundo. Dentro de este marco, la élite que controlaba el monopolio de la enseñanza proyectó la imagen de la escuela como un panóptico o confesionario donde se transformaba y depuraba el carácter del ciudadano (religioso y laico). A través de su mensaje de moralidad se proponía restituir el aspecto católico en ruinas y afianzar un orden de catolicidad cuyas bases retornaran a las tradiciones sagradas europeas. Este estudiante debía ser depurado de esa herencia apática adjudicada a nuestros ancestros aborígenes y negros, con el objetivo de europeizar y civilizar su idiosincrasia y pensamiento. La intención de penetrar la escuela y re- catolizar a las masas, no escatimó los saberes modernizadores del periodo, y aunque antes los condenó, negoció con ellos para lograr su estabilidad dentro del juego social y evitar que la sociedad acabara con matices protestantes o seculares. En todo caso, esta dura disciplina no sólo tocaba el armazón corporal sino que traspasaba la conciencia haciéndose sentir en el espíritu. Por eso, la educación de la regeneración no puede ser concebida sólo como medio para fabricar máquinas o sujetos reprimidos, más allá de aquellos parámetros, creyó posible entallar esa idealización llena de virtudes y ejemplos irreprochables en una La Educación como herramienta para re-catolizar la moral civil en artagena (1876- 1895) morada terrena. Es algo interesante porque sus líderes desmitificaron la humanidad del ciudadano y por nada, le concedieron atributos perfectos o sobrenaturales de semidiós, antes bien, siempre reconocieron que a pesar de todos los adiestramientos y reconvenciones (en nombre de Dios) ninguno de ellos era totalmente suficiente, si este no ponía de su parte para cambiar o dominar su naturaleza frágil. Por supuesto al hacer uso de ásperos mecanismos, propuso de un lado, liberar al prospecto de ciudadano de malos hábitos desde sus primeros de años de vida y de otro, concientizarle de la necesidad ferviente de convertirse en un delator y guardián, que no perdiera los estribos de su propia moral. Al contrario en el modelo civil radical, mientras se dijera que el educador asumía de forma adecuada su función, era fácil que fuera el centro de adulaciones sin levantar alguna especie de sospecha; de ahí no sintiera molestia o vergüenza de sus actos privados o públicos. Sin embargo, tenemos que reconocer que en la praxis, los regeneradores al igual que los liberales se equivocaron en el intento de parecerse al prototipo europeo. Con el pasar de los gobiernos, la distracción por este espejismo fue tal, que continuaron muchos de estos residuos o fragilidades todavía a comienzos del siglo XX. Verbigracia, la vocación de los maestros no siempre se enfrentó las dificultades climáticas y geográficas, sino también a problemas cotidianos como la falta de preparación del cuerpo docente, la inasistencia de los alumnos, la deficiente calidad de la educación, la impuntualidad de los pagos y por si fuera poco, el descrédito de la población por causa de los salarios exiguos. Sin duda, através de los dos casos de Leonte Amador y Luis Caparrozo ya mencionados, se quiso observar la sombra y luz del perfil docente dentro del modelo civil católico. ¿Cuáles eran las impresiones de la gente frente al caso de Amador y Caparrozo? Razonablemente las opiniones podían entre sí chocarse, por lo cual, cabe reconocer que no todos podían estar conformes con la ideología y maniobras del La Educación como herramienta para re-catolizar la moral civil en Cartagena (1876- 1895) régimen católico, máxime cuando las intenciones moralizantes de la élite iban en desacuerdo con el comportamiento y ademanes contrarios al catolicismo. De todos modos, gracias a este discurso filantrópico o bienhechor se propició un acercamiento entre los elevados y los bajos sectores sociales, a fin de lograr la transformación o sacralización de ambientes en los que pululaba la pobreza y el desorden. De hecho, la realidad evidenció que tanto la retórica del orden y como los valores del catolicismo contrastaban con la falta de lealtad a los mismos; es decir, la carencia de los hábitos y costumbres fervorosas muchas veces terminaba siendo confundida con el fuerte clericalismo reflejado en muchas parroquias y órdenes religiosas que debieron de resistir y negociar con el estigma de una cultura caribe impregnada de pigmentos licenciosos y anarquistas acentuados en los ejemplos cotidianos. Debido a que el Estado no dio claridad en la organización de nuevo código escolar, se infiere que su colaboración incidió para que la Iglesia recuperara y extendiera legítimamente su ministerio en virtud de algunos estatutos, ya destacados en este estudio: los decretos de 595 y 596 de 1886 sobre la educación primaria y secundaria, el reglamento de Instrucción pública de 1887, el decreto de 939 de 1889 atinente a los sueldos de los maestros, algunos otros informes sobre el situación de la enseñanza y el Plan Zerda de 1893, que hicieron de las escuelas costeñas epicentro y laboratorio de las reglamentaciones escolares piadosas.es
dc.format.mediumapplication/pdf
dc.language.isospaes
dc.publisherUniversidad de Cartagenaes
dc.rights.urihttps://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0
dc.subjectMoral - 1876-1895 - Historia - Cartagena (Colombia)es
dc.titleLa educación como herramienta para recatolizar la moral civil en Cartagena (1876-1895)es
dc.typeTrabajo de grado - Pregradospa
dc.rights.accessopenAccess


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